A mediados de Julio, en uno de estos radiantes días de sol infinito y luz acogedora, buscando algo de sombra donde recogerse y darse a la contemplación para serenar sus ideas, el fotógrafo solitario llegó a la cima del monte Arraiz…
…y mientras preparaba sus aperos pudo disfrutar de la belleza de los nuevos inquilinos nacidos esta primavera, ya que las campas bullían de potrancas juguetonas y ternerillos salerosos…
Escogió una mesa apartada, casi escondida, desplegó sus artes de buen profesional, montó la cámara con paciencia, disfrutando del silencio en el cálido atardecer cuando comenzó a sentir la extraña sensacion de ser observado…
Se percató rápidamente nuestro protagonista de lo inusual de la situación: en un matorral cercano se arracimaba un grupito de golondrinas piando casi desconsoladamente, parecían jovenzuelas, aún sin el característico tono rojizo en su cara…
Echóse por encima su capa de invisibilidad y se acercó, cauteloso, mientras las avecillas no le quitaban ojo…
…suspicaces, vigilando al intruso mientras estaban pendientes de la llegada de sus progenitores con la merienda…
El fotógrafo recordó haber leído que estas avecillas son alimentadas por sus progenitores una o dos semanas más tras salir del nido, a pesar de ser capaces de cazar por sí mismas…
…y pudo comprobar cómo, entre cortos vuelos de práctica, volvían a su rama a la espera del próximo bocado…
…reclamando con entusiasmo al ver acercarse la comida…
…y ofreciendo al encantado observador la posibilidad de conseguir estas imágenes tan entrañables.
En dos semanas más, estarán preparando su vuelo de migración a Africa…
¡Hasta el próximo año!