A pesar de la fragilidad de su aspecto, su estilizado cuerpo junto con sus patas largas y fuertes les permiten sostenerse en las corrientes del río: los pies tienen tres dedos que apuntan hacia delante y otro hacia atrás, confiriéndoles estabilidad a pesar del movimiento del agua.
El largo cuello de las garzas tiene las vértebras cervicales modificadas para que se pueda torcer en forma de S, siendo más largo en las garzas diurnas que en las nocturnas. Este cuello se retrae en vuelo, formando así un característico perfil.
Su forma de pesca es un movimiento rápido de su pico largo y con forma de arpón, con el que consiguen todo tipo de presas: pececillos, crustáceos, incluso polluelos de otras aves, ya que son eminentemente carnívoras.
En nuestros humedales y ríos podemos encontrar y disfrutar a simple vista de unas cuantas garzas, comenzando por la siempre vigilante garza real…
y su pariente próxima, la garza imperial.
La garcilla bueyera, famosa en el mundo entero por alimentarse de las moscas que pululan entre las vacas…
La garceta grande, de similar tamaño a la real, blanca y de pico naranja.
Y su hermana pequeña, la garceta blanca. Impoluta, distinguida, estilizadísima, el-no-va-más de la elegancia. Hasta los andares son de alto copete. En las aguas de Santoña es la emperatriz.
Si es que me emociono. Cada vez que la veo me parece más reguapaaaa.
Por supuesto que hay más clases de «ardeidae» (hasta su denominación suena etérea), entre tanta garza y similar tenemos al martinete común. Este jovenzuelo se nos acercó en los humedales de Salburua, ese oasis situado en el centro de Vitoria.
Y para despedirnos, esta imagen que podría pasar por un cuadro de Sorolla, si al gran pintor le hubiera gustado representar aves…La luz del atardecer y el brillo del agua enmarcan a esta garza gris en su vuelo hacia los posaderos donde pasará la noche, en las marismas de Santoña.
Está claro que me gustan las garzas, ¿No?