Cuando el silencio se echaba sobre los campos, en los pueblos de los abuelos, donde íbamos de veraneo a pasar la mejor época de nuestras vidas, siempre se podía escuchar al sabio de turno, sentado a la puerta de su casa, disfrutando de la fresca y mirando hacia los chopos junto al río:
Al anochecer se puede escuchar al cuco. Si a esa hora no has vuelto a casa, te pilla la noche y la noche está llena de lobos…
Y los niños temíamos el momento en el que el cuco comenzaba a cantar. Ya no valían los «por favor, mami, cinco minutos más», porque el sonido del cuco nos metía el miedo en el cuerpo, las farolas de escasa luz parecían titilar aún más y la cena reclamaba nuestra atención más inmediata.
Y en realidad el cuco canta cuando le da la gana. Ayer sin más a mediodía, cerca de mi huerta, entre tomateras y calabacines, mientras el petirrojo marcaba su terreno, sonó de fondo cu-cu…cu-cu…
O como el sonido del afilador que se colaba en la distancia cuando se acercaba la lluvia, también el canto del cuco se puede escuchar en la lejanía…
Son recuerdos de niñez, mezclados con el fulgor de las luciérnagas, esos bichillos de luz que cada día son más escasos…hace demasiado tiempo que no veo ninguna.
Esta pareja de cucos fué fotografiada en Arraiz, en una tarde de agosto del ya lejano año 2019, antes de que el mundo se pusiera patas arriba con un diminuto bichito coronado. Pero ya se le oye cercano…a no ser que el petirrojo de mi huerta esté criando a un polluelo de cuco!
Buenas noches!