Ayer amaneció el día fresquito pero sin lluvia y decidimos acercarnos hasta Santoña por si caía algún pajaruelo perdido entre la bruma y las marismas.
No habíamos llegado aún cuando descubrimos en una campa junto a la carretera un pequeño mar de garcillas bueyeras, disputándose el honor de picotear entre las dos únicas vacas presentes.
Mientras mi fotógrafo preferido las sacaba bien guapas, yo me distraía con un busardo y un milano real. Y saludando a los perrillos de la zona.
Las garcillas parecían no tener miedo de los humanos. O no nos vieron peligrosos…
Seguimos camino hasta la primera extensión de marisma. La marea estaba bastante baja y los animalicos se veían muy lejos, como este archibebe claro que nos vigilaba en la distancia.
Sin embargo, el zarapito real nos hizo el honor de aproximarse para la foto.
En Cicero, junto a la marisma, en una campita acotada. Tres veces nos pidió una foto este petirrojo.
Y una bandada de jilgueros nos amenizó bajo la ligera lluvia que caía.
Ya en el puerto de Santoña, este elegante gaviota sombría con su mejor perfil destacaba contra el sombrío fondo nuboso.
Y estos divertidos cormoranes muy jóvenes, como se deduce de su vientre blanquecino y la cara de todavía polluelos que tienen. Las patas son aún claras, no oscuras como las de los adultos. Hasta el tamaño era reducido, como se aprecia al compararlo con la gaviota reidora que los acompañaba.
En nuestro última vuelta hacia el dique separador entre la canal de Boo y la marisma de Solija (o Bengoa, depende de quién la nombre), se nos cruzó un andarríos despistado por el centro del pueblo.
Oscurecía ya en esos momentos, propiciando el éxodo masivo de garcillas hacia este reposadero y tuvimos la suerte de coincidir con un grupo de pajareros disfrutones, una encantadora gente de Salamanca con la que compartimos esta maravillosa estampa…
Nuestro árbol de Navidad favorito.
Maravillosa Santoña, como siempre.